Valeria Agis
[Especial para La Vibra]
19 de abril de 2007
Ricky Martin dice "Buenas tardes" con una energía tal, que difícilmente podría uno darse cuenta del apuro que seguramente se respira en el ambiente a su lado, entre su troupe de colaboradores.
Desde Guadalajara, México, el artista que acaba de poner sus canciones en versión acústica para lo que ya se considera uno de los más famosos Unplugged de la cadena MTV, tiene apenas un hueco en su tarde, entre la prueba de sonido y los preparativos finales para el show que dará allí esta misma noche.
En su cuaderno de bitácora de la gira Blanco y negro han quedado ya registrados su parafernálica embestida por el antológico Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar, en Chile, y su paso por el imponente estadio de River Plate, en Buenos Aires, donde 50 mil personas lo escucharon, inertes, bajo una torrencial lluvia que arrasó la noche del concierto en la capital argentina.
Sin embargo, para Ricky, pese a la locura de sus fans, pese a los estadios llenos, pese a ser uno de los adalides del famoso movimiento de crossover que después abrió la puerta del mercado anglosajón para Shakira, Paulina Rubio y otros tantos artistas latinos dentro de ese género, la música ya no es la prioridad.
"Yo creo que, afortunadamente, las cosas cambian", dice él, reflexivo ante el tema. "Si la música ocupara para mí el mismo lugar que hace 15 años, algo estaría mal, muy mal, en mi vida. Afortunadamente las prioridades cambian; eso es parte del proceso, del crecimiento general, de la madurez... Yo creo que esto nos sucede a todos, no sólo a los músicos, sino a los médicos, a los arquitectos, a los maestros, a todos y en todas las profesiones".
"La música a mí me ha dado muchísimo; me ha permitido conocer distintos lugares del mundo, distintas situaciones y culturas. Y el poder de convocatoria que me dio la música me facilitó grandes cosas; me he podido educar en muchas cuestiones y he tenido, quizás, una posición privilegiada para que algunos grandes líderes me escuchen, cosa que para mí, el día de hoy, es de una enorme utilidad".
NO MÁS VIDA LOCA
A sus 35 años, con un cuerpo impecable, una figura cuidada y una estética que hoy coquetea con el despojo, con las camisetas blancas y los pantalones cargo, con la simpleza, Ricky Martin tiene más cosas en mente además de su carrera, ésa que ya lo llevó por el mundo, que ya le dio dinero, que ya lleva más de dos décadas. En su día a día actual hay tiempo para la filantropía, para hacer algo de meditación, para tener un mayor disfrute a conciencia de los momentos de su intimidad.
El boricua habla tranquilo, con largas pausas. Sabe que el cambio de estilo en su vida —ya no más Livin’...— genera interés. Entonces se anticipa a la pregunta, y se pone en situación de "recordar" en voz alta esos ciertos tiempos febriles de finales de los 90, que le dieron, entre otras cosas, el hit más fuerte que tuvo en toda su carrera y con el que vendió 20 millones de copias.
"Yo tuve momentos oscuros y terribles después de eso", cuenta, "momentos en los que viví bajo la obsesión total, la presión de ser aceptado, de ser el mejor, de tener las mejores canciones. Pero no me puedo quejar porque esa situación finalmente me ayudó a estar mejor ahora".
Ricky hace memoria y relata distintas situaciones, usualmente felices para un artista, que habían caído para él en el deslucido baúl del aburrimiento.
"Un día yo estaba en el escenario y tuve como una revelación. Me di cuenta de que no la estaba pasando bien; estaba fastidioso, me parecía todo monótono. Entonces ahí pensé seriamente: ‘Bueno, pues ¿qué está pasando que yo no estoy disfrutando de todo esto?’ Porque si sigues esta carrera, puede haber muchos momentos de tedio o de cansancio... Pero, ¡¿el escenario?!", se pregunta. "El escenario es lo que te carga, lo que da vida. Allí disfrutas a pleno; es la banda sonando, es la gente aplaudiendo, hay baile, hay música fuerte, ¿cómo puedes aburrirte ahí? Así que allí dije: ‘Si hasta aquí llegó el disfrute, voy a parar’".
Entonces Ricky —que actuará este viernes en el Staples Center—, paró el engranaje feroz de las entrevistas, las luces, los discos, los shows en vivo, y se fue a casa. "Quería ver a la familia, a los amigos, caminar las calles del barrio de cuando yo era chico, estar tranquilo. Y ya; eso ayudó mucho. Me puso de nuevo en perspectiva con muchas cosas".
MENUDA TAREA
Este hombre que es hoy un torbellino de carisma, que habla con un evidente orgullo de sus shows, de su música, de todo lo que ha hecho a nivel artístico, fue también a los 12 años un adolescente que viajaba por Latinoamérica solo, sin compañía de su familia, subido al tren de Menudo, el grupo teen masculino de habla hispana más célebre que se recuerde (del que también salió Robi Draco Rosa). Allí, según él dice, conoció la palabra "disciplina", y se hizo grande de golpe, entre el escenario del Maracaná de Río de Janeiro repleto de mujercitas enfervorizadas, y de conversaciones con grandes ejecutivos de la industria que veían en Menudo a una auténtica gallina de discos de oro.
"Pues yo creo que en esa época todo era un juego. Por supuesto, había una enorme disciplina, porque si a los 12 años ya estás trabajando, es porque hay un orden ya en tu vida y sabes que debes hacer tal y cual cosa cada día. Pero también era un juego para mí, porque era un niño; entonces no podría haber sido muy serio, ¡por más que lo hubiese querido!", apunta. "A los 12 años yo ya quería ser grande y estaba rodeado de hombres de negocios y quería, seguramente, ser importante. De alguna manera, haber estado en esa situación desde tan chiquito a mí me ayudó muchísimo, porque me empapé de ese conocimiento del mundo de la música desde muy temprano en mi carrera. Pero a la vez, sí, eso hizo que me olvidara mucho de ese niño que también era, que había salido de su casa tan pequeño. Ahora estoy en esa búsqueda", afirma, "y quizás hasta quiero pedirle disculpas a ese chico que fui, por haberlo abandonado".
Por sus palabras, es fácil atar los cabos sueltos de aquella infancia disfrutada a las corridas, con el enorme contacto que en el presente Ricky Martin tiene con la niñez como embajador de UNICEF o a través de su fundación (www.rickymartinfoundation.org); ya sea para combatir la prostitución y el abuso infantil, o para unirse a Microsoft y Bill Gates y formar una alianza educativa (denominada Navega Protegido) para padres y maestros de escuelas de Latinoamérica y hacer llegar a ellos información sobre los potenciales peligros del uso indebido de internet.
"Pues eso suena muy bonito y muy filosófico", dice él, con un tono que muta levemente de amable a ofuscado. "Pero la realidad es que yo sólo pienso que está bien hacer trabajo filantrópico. Cuando tú vas caminando por la vida y te cruzas con una criatura de 6 años de edad, que ha sido violado 17 veces en un día, que ha sido obligado a entrar al mundo de la prostitución, y te dan ganas de ayudarlo, yo no sé si eso es porque quiero entrar en contacto con el niño dentro de mí o porque simplemente no me puedo quedar callado ante semejante injusticia".
Hecho el descargo, hace una pausa y se explica mejor, más sereno. "Yo me di cuenta de que el escenario me había dado un poder que no tiene precio: el de ser escuchado por mucha gente. Y no hablo precisamente de música, sino de denunciar, de quejarse, de hablar para que las cosas cambien y de actuar para que las cosas cambien. Ahí es cuando te das cuenta de que todo lo que has hecho musicalmente ha sido una preparación para crear un mensaje global que pueda ser escuchado, como es el de detener la prostitución infantil. Ser un poco la voz de muchos niños que no pueden ser escuchados".
"Yo sé que mucha gente dice: ‘Ah, pero qué bien, como Ricky Martin se hizo un poco adulto de golpe, ahora quiere estar en contacto con los niños’, y la verdad es que suena bien, sí, pero yo lo que no quiero es ser cómplice de todos esos que, sabiendo lo que ocurre en muchos países del mundo con el abuso infantil, miran para otro lado. Porque yo estoy informado, yo he viajado, he visto, yo sé lo que pasa, y callar sería otorgar".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario