lunes, septiembre 21, 2009
El concierto Paz sin fronteras, convocatoria a desterrar el odio
Gerardo Arreola
Corresponsal
La Habana, 20 de septiembre. “Es tiempo de cambiar”, le pide Juanes a Cuba y a Estados Unidos. Y como buen negociador pone sobre la mesa el resultado de su concierto: un millón 150 mil personas, según el reporte que trae al escenario Miguel Bosé, después de tres horas de espectáculo bajo el calor caribeño.
A los dos se les escapa el dato, o no lo mencionan de tan evidente. Ésta es una multitud de jóvenes, quizá menores de 30 años, que abarrota la Plaza de la Revolución. Una nueva generación tiene su primera experiencia de esta magnitud. Sería su Woodstock o su Avándaro, si no fuera porque aquí todo el mundo emprende tranquilamente el regreso a sus casas ya entrada la noche del domingo.
“Celebro estar aquí por encima de cualquier diferencia”, dice Juanes, enganchado con la polémica que trae desde hace un mes. “Hemos vencido el miedo para estar con ustedes aquí esta tarde. Nosotros esperamos que ustedes también lo puedan vencer; que todos los jóvenes de la región, todos los jóvenes en Estados Unidos, en Miami, en todas las ciudades, perdamos el miedo y podamos llegar a entender lo importante que es cambiar el odio por amor, muchachos… A pesar de que todos somos distintos, pensamos distinto, estamos acá, tranquilos y disfrutando.”
Le contesta en un alarido la voz de la plaza. Sin discursos y con mucha música, Paz sin fronteras sugiere cambiar las claves del conflicto. Desterrar el odio, repite el colombiano. “Un abrazo fraternal”, sugiere Olga Tañón, quien abre la cartelera recordando “al exilio cubano, a los que nos apoyaron y a los que no”. Una frase que dicha en voz alta –y en este caso en cadena nacional– es insólita en la isla. It’s time to change, insiste la puertorriqueña (y más tarde cantan Juanes y Bosé). Amaury Pérez habla con una televisora hispana de Miami y pide “olvidar rencillas pasadas”. Cambio contra inmovilismo. El mensaje va para los dos países, pero el foco está prendido en el impacto de la emigración. Juanes grita que quiere ver “una sola familia cubana”.
La idea reflota con la música. Por primera vez en diez años se presenta en la isla Orishas, un grupo rapero que reside en Europa y lleva el nombre de los dioses del panteón yoruba o santería, la devoción sincrética tan extendida en Cuba. Cucú Diamante debuta en su propio país, con su banda Yerbabuena. Unos y otros dicen y cantan que también son cubanos.
Para la nueva generación éste es su estreno en un show de tal alcance, aunque ni sus padres ni sus abuelos, ni los padres ni los abuelos de ellos tuvieron un espectáculo masivo al aire libre con un elenco internacional como el de hoy.
Para los veteranos de la escena musical en la isla hay casos memorables, como la resonante descarga de Oscar d’León en el festival de Varadero de 1983. O la presentación de Audioslave, en mayo de 2005, que reunió a unas 70 mil personas con apenas un día de promoción. O la de Air Supply, dos meses más tarde, ya con mejor publicidad y un auditorio de al menos cien mil roqueros. Pero nada que ver con lo de hoy. Hay un público joven ávido por la música, por el espectáculo y por figuras como éstas, que no suelen venir a la isla.
El escenario en este caso también es protagonista. La Plaza de la Revolución es un brillante en el collar de símbolos políticos de la isla después de 1959. Decenas de discursos se han dicho desde la tribuna. Millones de personas han desfilado por ahí, siempre bajo un lema beligerante. Ahí se homenajeó a su muerte al Che Guevara y la silueta del guerrillero corona un costado del Ministerio del Interior, uno de los varios edificios sedes del poder que rodean la explanada.
Esta vez el lema no es beligerante, sino conciliatorio. Ya hubo un mensaje similar en 1998, cuando el papa Juan Pablo II ofició una misa desde el mismo lugar donde ahora está el escenario.
Todavía el sábado se sabe que hay una especie de zona vip para el concierto, las primeras decenas de metros frente al escenario. Ahí llegarían estudiantes agrupados por escuelas e invitados especiales. A algunos turistas se les ha ofrecido una ubicación preferencial.
Hay una barrera metálica que separa ese territorio del resto de la explanada, que quedaría para el grueso del público. Juanes se queja. En una más de las negociaciones con el gobierno cubano, logra que quiten la barrera.
Pero muchos de los que irían a esa zona ya están convocados en puntos cercanos. Así pasa con decenas de “compañeros priorizados”, según les llama un uniformado. El grupo se abre paso entre una multitud contenida por la policía junto al Teatro Nacional.
Los que están ahí desde muy temprano protestan a grito pelado: “¡Queremos entrar… queremos entrar!” De pronto la policía cede y deja que todo el mundo pase en estampida, ya no en las filas ordenadas que quería formar. Ya no se abre la plaza a las doce del día, como se había anunciado, sino a las diez y media de la mañana. El tumulto es de tal tamaño que el ministro del Interior, Abelardo Colomé, tiene que bajar de su carro a pedirle a la guardia a cargo que le abra paso para llegar a su oficina, apenas unos metros adelante.
Después del portazo el público desborda incluso lugares muy reservados, como los espacios para la prensa al pie del escenario. La Tañón alude al conflicto de la zona vip, diciendo que se han abierto las puertas “para todo el mundo por igual, sin diferencias” y pide mesura, cooperación, cuidado para no provocar una tragedia. Una de las tarimas para fotógrafos y camarógrafos queda atenazada por la multitud. En ambulancias y puestos de socorro se atienden filas interminables de desmayados, algunos convulsionados. El calor cede un poco en la segunda mitad del espectáculo, cuando se detienen por ahí unas nubes salvadoras.
El programa cambia a última hora en la mañana, porque el previsto se basa en un acompañamiento que funcionaba en los ensayos en España, pero no acá. Se quedan decisiones principales: abre la Tañón, Bosé queda a la mitad y hace dúos con el cubano Carlos Varela y Juanes y cierran Los Van Van, en un final apoteósico, de lágrima viva, con casi todo el elenco cantando el Chan chan de Compay Segundo.
Silvio Rodríguez hace dos clásicas (El Reborujo y Ojalá). Le siguen el español Luis Eduardo Aute y Varela, el iconoclasta de los noventa, que se permite un chiste visual. Va, como siempre, con una camiseta negra, pero esta vez, a tono con la convocatoria, lleva una leyenda que dice: “Tengo una camisa blanca”. Para entonces ya pasaron el roquero X Alfonso, de los jóvenes de una saga de músicos notables; el Víctor Manuel de siempre, lamentando que por compromisos de trabajo no pudiera venir Ana Belén; Amaury, Cucú, el salsero puertorriqueño Danny Rivera, el ecuatoriano Velasco, veterano del Paz sin fronteras de Colombia-Venezuela y el italiano Jovanetti, bien conocido en la isla.
“Duélale a quien le duela, el concierto por la paz ya se hizo”, dice el líder de Los Van Van, Juan Formell. La nueva generación cubana se queda en la plaza las cinco horas y minutos que dura el concierto y baila, grita y llora.
http://www.jornada.unam.mx/2009/09/21/index.php?section=mundo&article=028n1mun
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