Si el primer bombazo de Müller apenas comenzó el partido nos provocó una gran angustia, el segundo de Klose, a los 22 del segundo tiempo, nos dejó maltrechos, pero el tercero de Friedich y el cuarto de Klose terminaron destrozando las ilusiones de todos.
Es que Alemania no tuvo compasión. Tomó el “tanque” y arremetió contra los argentinos. Y a puro “cañonazo” fue diezmando al seleccionado de Diego Maradona.
Y no anduvo con vueltas, desde el inicio mismo del encuentro comenzó a destrozar el sueño argentino. Fueron cuatro los cañonazos de los teutones para volver a sacar a la Argentina de un mundial, como en el 2006, como en el 90. Adiós al sueño americano, esta vez ni Lionel Messi, apagado; ni Maradona, irresoluto, pudieron cambiar la historia.
Chau Sudáfrica, chau Mundial. Fueron cuatro, pudieron ser más. Alemania nos pasó por arriba. La efectividad teutona a la hora de atacar, la simpleza del juego para buscar los espacios, para abrir la cancha, para cerrarles los caminos a los intentos albicelestes, fueron argumentos más que contundentes para esa gran victoria.
Incuestionable. No hay nada que discutir, la Argentina esta vez pagó con su eliminación la carencia de juego, de una estrategia que le permitiera neutralizar el ímpetu de los teutones. Pagó con su eliminación la falta de un mediocampo que pudiera equilibrar las acciones y el control del balón, careció de peso ofensivo a la hora de tratar de vulnerar a los altos y fuertes alemanes y nunca tuvo solidez defensiva, incluso se mostró más endeble que en los partidos anteriores. Desde el mismo arranque del partido la Argentina les entregó la pelota a los alemanes, primer gran error, y eso significó que con un toque rápido y preciso armaran la jugada del primer gol. Porque tocaron rápido, fueron precisos y después de un tiro libre, Müller, de cabeza no perdonó. Se suponía que poco a poco la Argentina iba a reponerse de ese impacto toda vez que el partido recién arrancaba. ¿Quién iba a pensar que el devenir del juego iba a terminar en hecatombe?, ¿quién? ...
Sin mediocampo, donde sólo se podía rescatar la presencia de Mascherano, porque Maxi Rodríguez nunca encontró su ubicación y Di María nunca apareció en el partido, ni en el campeonato. En consecuencia la Argentina no podía equilibrar las acciones en la zona media o de gestación, como se dice popularmente. Y sin creación, porque Lionel Messi no fue nunca el armador ni el mediapunta ni el jugador libre, creativo y desequilibrante de otras veces. Estuvo huérfano de ideas y de acompañamiento, como preguntándose por qué tenía que tirarse tan atrás para tratar de hacerse del balón, si a la sazón es más atacante que otra cosa.
Encima este equipo no tuvo olfato de gol, esta vez Gonzalo Higuaín no pudo en ningún momento superar a los dos centrales alemanes, grandotes, ganando bien por arriba, atentos para no darle espacios, seguros en la marca. Y por eso tampoco pudo asomar la habilidad o el atrevimiento de Carlos Tévez, a quien esperaron en zona y sufrió la victoria de la marca escalonada.
Y en defensa, ni hablar. Otamendi no marcó ni se proyectó; Demichelis fue el mismo de siempre, impreciso, dejando espacios a sus espaldas, sin reacción. Hasta Burdisso estuvo desconocido, nunca fue el “líbero” de otras circunstancias, tal vez porque los alemanes abrían bien la cancha, tocaban con rapidez, no daban tiempo a reaccionar, tal vez. Y Heinze, bueno, corre mucho, se desordena demasiado, corrió mucho, marcó poco.
Alemania sacó provecho de todas, y de cada una de las deficiencias o fallas del equipo argentino. ¿Cuál fue el pecado? Uno solo, la Argentina jamás fue un equipo, nunca tuvo una estrategia y encima su seleccionador no tuvo reacción ante la debacle. Se quedó de brazos cruzados, sin ideas, sin recambio, como admitiendo el fracaso táctico del pésimo planteo, como impotente ante el marcador y el escaso volumen de juego.
Alemania no fue un dechado de virtudes ni de virtuosos, fue simplemente práctico. Porque Müller fue inteligente para no caer en la marca personal o para encontrar los espacios, porque Klose fue pura sapiencia a la hora de llevarse las marcas y abrir brechas en la defensa argentina para que sus compañeros de avanzada pudieran llegar con pelota dominada o porque Mesut Özil le daba el toque de distinción al mediocampo alemán, con ese toque exquisito.
http://www.eltribuno.info/salta/diario/hoy/deportes/plonearticle.2010-07-03.8654375096
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