La noche es propicia
Si no estuvieras tú en esa claridad de la resaca, no habría salido yo de las sombras de este bar para ofrecerte mi brazo y mi compañía, y mi sudor, mi humo y mi suave sonrisa. Querías llegar conmigo al reino del esplendor, y llegamos de puntillas a besarnos los labios. Desde la ventana de aquel cuarto alquilado, saludaste tu ausencia en casa. Te estremeciste. Comprendiste que la noche nos iba a ser propicia. Bebimos juntos, boca a boca, cada placer de mercurio derretido. Contamos campanadas deslumbradas por la luna, obligando al deseo a volver a mirarnos a los ojos. A lomos de palabras nunca dichas, caballos (salados) desbocados se acercaron al exceso, a la muerte y a la angustia. Sin propósito de enmienda, la mujer secó el barro primigenio. Yo me hice alfarero de tacto fino, para moldear en ti el gozo y el arrebato. Un perfume nos regaló el infinito tiempo del instante. Y la niña que jugó a la rayuela se fue al oír los pájaros. Se fue con ese incienso de jaras y una gota de ternura en los ojos, en esa delgada línea de tu mirada deslumbrada por un nuevo sol.
José Agustín Goytisolo
martes, septiembre 19, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario