viernes, noviembre 17, 2006

El mundo de la música dice adiós a Paul Mauriat

LUIS MARTÍN
El pasado 3 de noviembre, a los 81 años de edad, Paul Mauriat, uno de los más populares directores de orquesta de las últimas décadas, falleció por razones que todavía no han sido detalladas. Con Paul Mauriat, nacido en Marsella en 1925, desaparece una fuerza expresiva que apenas encuentra parangón en la música ligera producida durante la segunda mitad del siglo XX. Y aún es preciso apuntar que, pese a que su trabajo se hubiese decantado por la opción más ambiental de la música orquestal, el aficionado siempre podrá encontrar en él a un personaje polifacético.

Sirva como ejemplo el hecho de que, aprestándose a acompañar el repertorio de artistas como Maurice Chavalier, Charles Aznavour, Pétula Clark o Mireille Mathieu, también se ganó la consideración de personaje de inevitable referencia cuando se realiza cualquier estudio de la música popular del siglo XX.

Antes de ser un músico famoso, Paul Mauriat ya dirigía varias orquestas de baile en la ciudad de París, donde se trasladó con su familia siendo todavía un niño. Eso fue antes de convertirse en amigo de Eddie Barclay, productor discográfico de Jacques Brel y Charles Aznavour, entre otros.

Barclay, propietario por añadidura de la fonográfica del mismo nombre, abrió a Mauriat innúmeras puertas en el mundo de la música, incluidas desde luego las de la composición de bandas sonoras cinematográficas. Como prueba, tres títulos vienen ahora a colación, todos con música de Mauriat: «Un taxi para Tobrouk» (1961), «Horace 62» (1962), y «Faits sauter la banque» (1964).

Para entonces, mediada la década de los sesenta, sus dotes como arreglista ya habían llegado a oídos de artistas como Léo Ferré, la mencionada Pétula Clark, Leny Escudero o Melina Mercury, que comenzaron a reclamar sus servicios. Todos admiraban la forma de organizar arreglos de aquel hombre de los mil seudónimos (Nico Papadopoulos, Richard Audrey, Willy Twist...), con la melodía casi exclusivamente «dicha» por las cuerdas y muy en primer plano. Su salto al terreno de la composición de canciones era inminente.

Fue en 1967, con la cantante de ascendencia griega Vicky Leandros cantando en Eurovisión «Love is blue», cuando la fama de Mauriat como autor de canciones alcanzó el mercurio. La composición ha sido, hasta donde la memoria llega, tan versionada que, incluso, por las librerías, discurre una biografía, escrita por Serge Elhaik y titulada «Une vie en bleu» en homenaje, precisamente, a aquella canción, originariamente concebida con título afrancesado: «L´amour est bleu».

La historia de la música popular está sembrada de grandes figuras que supieron dar voz única a sus modos, pese a que éstas se encauzasen por terrenos tan variopintos como los del pop, la música clásica incluso, el jazz ambiental, los números de variedades o el vasto universo del cancionismo más ecléctico.

Paul Mauriat es una de esas figuras y un breve repaso a algunos de los títulos de sus discos da una idea de lo ambicioso de su trabajo: «Navidades blancas», «Canción de amor», «Brasil exclusivamente» (varios volúmenes), «Roma desde el balcón», «Copacabana», «Paul Mauriat toca para niños», «Noches latinas», «Ritmo y blues», «Paul Mauriat toca a Chopin», «El cóndor pasa», «Paul Mauriat toca a los Beatles», «Nagekidori», «Iberia» o «Soundtracks».

Cabe decir finalmente que, desde los años setenta, Paul Mauriat había quedado tan seducido por la sonoridad electrónica del sintetizador, que comenzó a combinar este instrumento con la tromba orquestal en la que, hacía ya algún tiempo, permitía que se intuyesen con mayor rotundidad las percusiones. En sus últimos años, con su nombre olvidado por las nuevas generaciones, había encontrado refugio para su música en Oriente donde sus discos siempre se vendieron bien. En 1998 ofreció su despedida en Osaka, un evento que ha quedado registrado en el álbum «Sayonara concert».

Paul Mauriat vivía retirado en Perpiñán. Dicen que, a menudo, por la proximidad, viajaba a España donde pasaba algunas temporadas. Ha muerto sin competencia posible, acaso sólo la de Frank Pourcell. Y con un heredero para su legado: Jean-Jacques Justafre, que dirigía su orquesta hasta hace poco.


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