lunes, septiembre 11, 2006

11 de Septiembre: Ganadores y Perdedores

Joseph S. Nye
10 de setiembre de 2006

El 11 de septiembre es una de esas fechas que marcan una transformación en la política mundial. Tal como la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 significó el fin de la Guerra Fría, el ataque de Al Qaida a los Estados Unidos abrió una nueva época. Un grupo no gubernamental mató ese día más estadounidenses que el gobierno de Japón con su ataque sorpresa a Pearl Harbor en otro día de transformación, el 7 de diciembre de 1941. Si bien el movimiento terrorista jihadista había estado creciendo a lo largo de una década, el 9/11 fue un punto de inflexión. A cinco años de esta nueva era, ¿cómo debemos caracterizarla?.

Algunos creen que el 9/11 dio paso a un "choque de civilizaciones" entre el islam y Occidente. De hecho, es probable que Osama Ben Laden tuviera eso en mente. El terrorismo es una forma de teatro. Los extremistas matan gente inocente para dramatizar su mensaje de un modo que impacta y horroriza al público al que desean llegar. También dependen de lo que Clark McCauley y otros han llamado "política del jujitsu", en que un luchador más pequeño usa la fuerza del oponente más grande para derrotarlo.

En ese sentido, Ben Laden esperaba que EU se sintiera tentado a iniciar una guerra sangrienta en Afganistán, similar a la intervención soviética dos décadas antes, que había creado un fértil campo de reclutamiento de jihadistas. Sin embargo, los estadounidenses usaron un nivel de fuerza modesto para derribar el gobierno talibán, evitó una cantidad desproporcionada de víctimas civiles y fue capaz de crear un marco político local.

Si bien estuvo lejos de ser perfecta, la primera ronda de la lucha fue ganada por EU. Al Qaida perdió los refugios desde donde planeaba sus ataques, muchos de sus cabecillas fueron eliminados o capturados, y sus vías de comunicación centrales quedaron muy dañadas.

Entonces la Administración Bush sucumbió a la arrogancia y cometió el colosal error de invadir Irak sin un amplio apoyo internacional. Irak proporcionó los símbolos, las víctimas civiles y el campo de reclutamiento que los jihadistas habían buscado en Afganistán. Irak fue el regalo de George W. Bush a Osama Ben Laden.

Al Qaida perdió su capacidad de organización central, pero se convirtió en un símbolo y punto focal alrededor del cual podían agruparse los imitadores con intenciones similares. Con la ayuda de la internet, sus símbolos y materiales de entrenamiento se volvieron fácilmente accesibles en todo el mundo. Si Al Qaida tuvo un papel directo en los atentados con bomba en Madrid y Londres, o en el reciente plan de hacer explotar aviones de aerolíneas trasatlánticas, es menos importante que la manera como se ha transformado en una potente "marca". La segunda ronda fue ganada por los extremistas.

El resultado de las rondas futuras en la lucha contra el terrorismo jihadista dependerá de nuestra capacidad de evitar la trampa de la "política del jujitsu", lo que exigirá un mayor uso del poder blando de atracción, más que basarnos desproporcionadamente en el poder militar duro, como lo ha hecho la Administración Bush. La lucha no es un choque entre el islam y Occidente, sino una guerra civil al interior del islam, entre una minoría de terroristas y una mayoría de creyentes no violentos.

El extremismo jihadista no se puede derrotar a menos que esta mayoría gane. La fuerza militar, la inteligencia y la cooperación policiaca internacional deben usarse contra los terroristas de línea dura afiliados a Al Qaida o inspirados por este grupo, pero el poder blando es esencial para atraer a la mayoría y reducir gradualmente el apoyo a los extremistas.

El secretario de Defensa de EU, Donald Rumsfeld, una vez dijo que la medida del éxito en esta guerra era si la cantidad de terroristas eliminados y desactivados era mayor que la cantidad de los que van ingresando a los grupos extremistas. Según este parámetro, las cosas van mal. En noviembre de 2003, la estimación oficial de insurgentes terroristas en Irak giraba en torno a los cinco mil. Este año, se ha estimado en 20 mil. En palabras del brigadier general Robert Caslen, vicedirector del Pentágono para la guerra contra el terrorismo: "No los estamos matando más rápido de lo que se crean".

También estamos fallando en la aplicación del poder blando. Según Caslen, "En el Pentágono estamos rezagados con respecto a nuestros adversarios en el uso de la comunicación, ya sea para reclutar o entrenar".

La manera en que usamos el poder militar también afecta la medida de Rumsfeld. Tras 9/11, alrededor del mundo había bastante simpatía y comprensión acerca de la respuesta militar de EU contra los talibanes. La invasión estadounidense a Irak, un país no vinculado con los ataques del 9/11, derrochó esa buena voluntad, y el atractivo de EU en países musulmanes como Indonesia cayó desde un 75% de aprobación en 2000 a la mitad de esa cifra hoy en día. De hecho, la ocupación de una nación dividida es una empresa llena de dificultades y es casi inevitable que se produzcan episodios como los de Abu Ghraib y Haditha, que afectaron el atractivo de EU no sólo en Irak, sino en el resto del mundo.

La habilidad de combinar poder duro y blando se denomina poder inteligente. Cuando la Unión Soviética invadió Hungría y Checoslovaquia durante la Guerra Fría, dañó el poder blando del que había disfrutado en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Cuando Israel lanzó una larga campaña de bombardeos en Líbano el mes pasado, generó tantas víctimas civiles que las críticas iniciales a Hezbolá lanzadas por Egipto, Jordania y Arabia Saudita se volvieron insostenibles en la política árabe. Cuando los excesos terroristas mataron civiles musulmanes inocentes, como lo hicieran la Yihad Islámica de Egipto en 1993 o Abu Musab Al Zarqaui en Amman en 2005, dañaron su propio poder blando y perdieron apoyo.

La lección más importante a cinco años de 9/11 es que no combinar de manera eficaz el poder duro y el blanco en la lucha contra el terrorismo jihadista nos conducirá a una trampa tendida por quienes desean un choque de civilizaciones. Los musulmanes, incluidos los islamistas, tienen una diversidad de puntos de vista, por lo que debemos tener cuidado de no seguir estrategias que ayuden a que nuestros enemigos unan fuerzas dispares tras una sola bandera. Tenemos una causa justa y muchos aliados potenciales, pero nuestra incapacidad de combinar el poder duro y el blando en una estrategia inteligente podría terminar siendo fatal.

Joseph S. Nye es profesor en la Universidad de Harvard y autor de Soft Power: The Means of Success in World Politics.

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